martes, 1 de septiembre de 2020

Actividad 07 Religión, grado séptimo.

 La samaritana y la adúltera

Cuando Jesús habla con la mujer en el pozo de Jacob rompe una antigua tradición de rivalidad entre judíos y samaritanos. No le importan lo que las tradiciones digan si nos impiden anunciar la verdad del Evangelio a todas las personas. El Maestro se siente libre ante las costumbres porque lo más importante es llevar el conocimiento de Dios a todas las personas.

Esta mujer tiene un pasado difícil. Ha tenido distintos maridos; el texto no aclara si era viuda o había sido repudiada. Ahora vive con un hombre sin estar casada. Estos datos indican el poco valor que tenía en su comunidad. Jesús le deja claro que conoce su situación y no le importa: la ayuda a enfrentarse a su verdad. Él ve en la mujer una persona sedienta: por eso le ofrece el agua viva, que es el Evangelio. Y la mujer, poco a poco, descubre en Él la figura del Mesías. Más tarde acudirá a su gente para hablarles de Jesús. Y ellos creerán por su testimonio.

No juzguen y no serán juzgados.

Aún más clara es la situación de la mujer sorprendida en adulterio. La ley la condenaba a morir apedreada. Los judíos la traen ante Jesús con el fin de tener un motivo para condenarlo también a Él. Saben que en otras ocasiones ha curado en sábado, trasgrediendo la ley de Moisés. La ocasión es complicada: Jesús se juega su vida, como la mujer.

En la escena no aparece el hombre que fue sorprendido con ella. Es evidente que las mujeres reciben un trato injusto cargando con toda la culpa de la falta cometida. Jesús no es así. Por eso se pone de parte de quien recibe el peor daño.

En ningún momento Jesús duda de que la mujer haya cometido ese pecado. Pero también ahora va más allá. No corresponde a los hombres juzgar a los demás por sus actos. El motivo es muy sencillo: todos somos pecadores, nadie está libre de pecado. El juicio corresponde solo a Dios. Ni siquiera Él, que era bueno, se permite juzgarla. Se muestra misericordioso. Sabe que lo que la mujer hizo está mal y la invita a convertirse y cambiar de vida. Con gestos como este, Jesús hace presente entre nosotros a su Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,45) sin distinción.

Más allá de las apariencias

Jesús mira el corazón de las personas. No se guía solo por las apariencias. Esta actitud le ha traído complicaciones con las autoridades religiosas de su tiempo, que eran fieles a una ley que juzgaba a las personas según su comportamiento.

Como con la samaritana y la adúltera, el Maestro consigue superar el maltrato, la exclusión y la condena a muerte. Salvó la vida de las personas y, con ella, su dignidad y su valor. Ahora estas mujeres se convierten en colaboradoras suyas y anuncian la buena noticia de Jesús en sus ambientes.

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