Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios.
En Jesús, Dios decidió ser
hombre con nosotros y para nosotros. Este es el acontecimiento decisivo de toda
la historia. Dios quiso ser uno de los nuestros.
Semejante
en todo a Nosotros.
Dios quiso ser hombre con
todas sus consecuencias. Fue creciendo, como hombre, en edad y en madurez,
descubriendo progresivamente lo que la vida le pedía.
Jesús supo lo que es gozar y
sufrir, trabajar y luchar, amar y ser traicionado, esperar y desanimarse, ser
tentado y vencer la tentación. Conoció la duda, el miedo, la búsqueda dolorosa
de su propia misión, y la confianza suprema en Dios Padre.
También sufrió en su propia
carne las consecuencias de la maldad de los hombres. Por eso afirmamos que en
todo fue semejante a nosotros, excepto en el egoísmo del pecado.
Jesús
revela quién es Dios.
Jesús es el rostro humano de
Dios. Ese Dios al que nadie ha visto nunca, adquiere en Jesús un rostro humano
y se deja ver. Quien ve a Jesús ve a Dios. Jesús es Dios mismo que se entrega
voluntariamente a padecer para nuestra salvación.
A través de la vida de
Jesús, de sus gestos, de su forma de actuar, de su muerte en la cruz, se
descubre lo que Dios es para el ser humano, cómo se interesa por todas las
personas y busca la salvación de todos.
Jesús
revela el ser humano en plenitud.
En Cristo no solo se
descubre quién es Dios. Jesús revela también qué es y cómo deben ser el hombre
y la mujer. En Jesús encontramos un modelo de ser persona.
Jesús enseña a amar, a
perdonar, a luchar por la justicia, a entregarse a una causa que merezca la
pena, a compartir, a ser libres, a ponerse en manos de Dios.
María,
la puerta por la que entró Dios al mundo.
Durante siglos, el pueblo de
Israel deseó ardientemente la venida de un mesías. Y Dios escoge a María para
realizar su promesa y hacerse “Dios con nosotros”.
En ella encuentra a la
persona que acoge totalmente la venida de Dios en su corazón y en su cuerpo. El
“sí” de María es como la puerta de entrada de Dios en nuestro mundo.
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