Dones y carismas.
La palabra carisma proviene del griego y significa “regalo, don gratuito”. Se utiliza para designar las capacidades o cualidades que el Espíritu Santo concede a los cristianos para que las pongan al servicio de la comunidad.
San Pablo cita en sus cartas numerosos carismas (el don de lenguas, el don de curar, el don de la sabiduría,…) y señala que el amor es el carisma más importante, el que está por encima de todos.
“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa las cualidades en todos. A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos. Porque a uno Dios, a través del Espíritu, le concede hablar con sabiduría, mientras que a otro, gracias al mismo Espíritu, le da un profundo conocimiento. Por el mismo Espíritu, Dios concede a uno el don de la fe, a otro el carisma de curar enfermedades. Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como él quiere”. (1 Cor 12,4-11).
Los carismas son muchos y variados, pero la fuente es una: el Espíritu Santo. La existencia de los carismas es signo de lo que el ser humano puede hacer con la ayuda de la gracia de Dios.
Los carismas no son para el provecho personal, sino para la edificación y servicio de la comunidad cristiana. Los servicios más comunes dentro de las primeras comunidades eran:
- Los diáconos, que predicaban la palabra y atendían a los necesitados.
- Los presbíteros, que presidían las celebraciones.
- Los obispos, que guiaban y dirigían a las comunidades.
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