Todos iguales en Dignidad
La ley de oro
La dignidad inviolable de la vida pertenece a todas las personas sin distinción. Esta igualdad fundamental es la que se define en la conocida como regla de oro de la moral y que el Evangelio recoge en la fórmula: "Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes".
Su formulación negativa dice: "No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti". La igualdad implica reciprocidad: a ti igual que a mí. En esta norma básica se fundamenta la moral, que permite las distinciones solo si se hacen en beneficio de los más débiles.
Comprometidos con la igualdad
La historia de la humanidad ha estado marcada y guiada por distinciones: ricos y pobres, nobles y plebeyos, esclavos y libres, indios y mestizos, blancos y negros, hombres y mujeres. En cambio el Evangelio invita a la superación de estas barreras hasta conseguir igual dignidad para todos los seres humanos.
Jesús propone amar a los enemigos y orar por los que persiguen, siguiendo el ejemplo de Dios que hace salir el sol sobre buenos y malos, y manda lluvia sobre justos e injustos. Una radicalidad a la que no estamos acostumbrados, pero que es fundamental.
Al final del capítulo tres de la carta a los Calatas, el apóstol Pablo funda la igualdad de todas las personas en la filiación común: todos somos hijos de Dios; y, por lo tanto, ya no hay distinción entre judío o no judío, entre esclavo o libre, entre varón o mujer, porque los bautizados son uno en Cristo Jesús.
Dignidad y derechos humanos
Los derechos humanos se presentan hoy como una de las vías de acceso a la dignidad de la persona como cauce necesario para su promoción en la sociedad y la instauración de la justicia y la paz en todos los niveles. La dignidad humana es la piedra angular de toda la Declaración de Derechos Humanos que comienza con estas palabras: "El reconocimiento de la dignidad inherente a todos los miembros de la familia humana y de sus derechos iguales e inalienables (propios) constituye el fundamento de la libertad, de la justicia y de la paz en el mundo".
En el origen de la actual Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) encontramos ecos de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 1776 y de la Constitución Francesa de 1789.
Tras emanciparse o independizarse de Inglaterra, Jefferson redactó la declaración estadounidense en la que podía leerse: "Consideramos evidentes por sí mismas las siguientes verdades: todos los hombres han sido creados iguales: el Creador les ha concedido ciertos derechos inalienables; entre estos derechos se cuentan la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Los gobiernos son establecidos entre los hombres para garantizar esos derechos y su justo poder emana del consentimiento de los gobernados".
Pocos años después, la Constitución Francesa redactó su propia declaración. En el artículo primero se dice: "Los hombres nacen y viven libres e iguales bajo las leyes".
Iglesia y derechos humanos
Los derechos humanos nacen de la cultura europea occidental, de indudable matriz cristiana. El cristianismo heredó del judaísmo la convicción de que el ser humano es imagen de Dios.
Los sumos pontífices han expresado en numerosas ocasiones el aprecio de la Iglesia por el gran valor de la Declaración de los Derechos Humanos.
El papa Juan XXIII, en una de sus encíclicas, la Pacem in terris, decía: "El bien común consiste hoy, casi exclusivamente, en la salvaguardia de los derechos y deberes de la persona humana".
Pablo VI se dirigió en 1965 a los miembros de las Naciones Unidas en estos términos: "Lo que vosotros proclamáis aquí son los derechos y los deberes fundamentales del hombre, su dignidad y libertad y, ante todo, la libertad religiosa".
Juan Pablo II se dirigió en dos ocasiones a la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 1979 dijo: "El documento de la Declaración Universal de Derechos Humanos es una piedra central en el largo y difícil camino del género humano". En su segunda intervención, en 1995, recordó que "existen realmente unos derechos humanos universales, enraizados en la naturaleza de la persona, en los cuales se reflejan las exigencias objetivas e imprescindibles de una ley moral universal".
En el 60° aniversario de la Declaración Universal, el papa Benedicto XVI se dirigió a la Asamblea General de las Naciones Unidas con estas palabras: "Los derechos humanos son presentados cada vez más como el lenguaje común y el sustrato ético de las relaciones internacionales. Al mismo tiempo la universalidad, la indivisibilidad y la interdependencia de los derechos humanos sirven como garantía para la salvaguardia de la dignidad humana".
Derechos humanos y ética cristiana
Los derechos humanos tienen su raíz en la dignidad que toda persona tiene por ser imagen y semejanza de Dios.
Los cristianos no solo aceptan la Declaración Universal de Derechos Humanos sino que luchan para que se respete en todas las situaciones. La defensa de los Derechos Humanos forma parte de la misión de la Iglesia, el papa Benedicto XVI así lo afirmó en el Ángelus del domingo 7 de diciembre de 2008: "Para las poblaciones agotadas por la miseria y el hambre, para las multitudes de prófugos, para cuantos sufren graves y sistemáticas violaciones de sus derechos, la Iglesia se pone como centinela sobre el monte alto de la fe y anuncia: Aquí está vuestro Dios. Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza (Is 40,11)".
“Al hombre se le ha dado una altísima dignidad que tiene sus raíces en el vínculo íntimo que lo une a su creador; en el hombre se refleja la realidad misma de Dios”. Juan Pablo II.
0 comentarios:
Publicar un comentario