LA CONCIENCIA
Leer el texto bíblico del joven rico:
Mc 10, 17-31
2. Ahora leamos los siguientes textos bíblicos:
- Mt 5, 21-26
- Mt 5, 27- 32
- Mt 5, 33-37
- Mt 5, 38-42
- Mt 5, 43-48
- Mt 6, 1-4
- Mt 6, 5-14
- Mt 6, 16-18
3. Leamos el texto del Concilio Vaticano II y detallemos qué afirmaciones que se hacen sobre la conciencia.
Texto 01
En lo más profundo de su existencia descubre el hombre la existencia de una ley que él no se dicta así mismo, pero a la cual debe obedecer, y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal: haz esto, evita aquello: Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente. La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del ser humano, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquella. Es la conciencia la que de modo admirable da a conocer esa ley, cuyo cumplimiento consiste en el amor a Dios y al prójimo. La fidelidad a esta conciencia une a los cristianos con los demás hombres para buscar la verdad y resolver con acierto los numerosos problemas morales que se presentan al individuo y a la sociedad. Cuanto mayor es el predominio de la recta conciencia tanta mayor seguridad tienen las personas y las sociedades para apartarse del ciego capricho y para someterse a las normas objetivas de la moralidad. (Gaudium et spes, No. 16)
Texto 02: Descripción sistemática de lo que significa la conciencia en la vida de las personas
Existe una primera acepción de la palabra conciencia equivalente a “darse cuenta”, “ser consciente”. Es la conciencia psicológica. La podríamos definir como el conocimiento que tenemos de nuestro propio yo, de sus actos y del mundo que nos rodea. Esta dimensión psicológica de la conciencia no es todavía la conciencia moral, aunque constituye un presupuesto básico. Sólo se podrá dar la dimensión moral de la conciencia si previamente somos conscientes de nuestros actos.
Pero la persona, además de conocerse y conocer lo que la rodea, es capaz también, de valorar las cosas y valorarse a sí misma sintiéndose responsable de su propio destino. Esta capacidad de valoración según el bien y el mal es la conciencia moral. Podríamos llamar conciencia a la propiedad que tenemos las personas para formular juicios sobre la rectitud de nuestros actos. La conciencia constituye el elemento más íntimo y profundo de la persona, aquel núcleo central de la existencia personal de donde surten nuestros mejores impulsos y deseos en busca de la realización personal y de la felicidad. El Concilio Vaticano II la llama el “sagrario del hombre”.
Los valores y las normas morales nos presentan principios generales y objetivos, externos a la persona, pero es la conciencia la que, conociéndolos y asumiéndolos, nos indica lo que debemos hacer en las situaciones concretas. De ahí la importancia de construir una escala de valores recta en la propia conciencia que refleje el proyecto de persona que queremos ser. La conciencia sería ese núcleo que unifica y clarifica a toda la persona en torno a ese proyecto. La persona está obligada a seguir el dictado de su conciencia, ya que la norma muestra el principio general de actuación; pero, en el momento de la acción, es la conciencia la que aplica prudentemente el principio general. Así, la persona que sigue los dictados de su conciencia no falta moralmente; es la conciencia que dicta la última palabra sobre la bondad o maldad de un hecho.
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